- Estamos recordando la foto, ¿no entendés?....
Eso le dijo con sus apenas tres años y medio. Lo decía convencido. Estaba seguro y feliz. Se agachó con su abuelo y su autito azul. Recordó su risa, su pose, sus movimientos y los quería hacer tal cual. Exactos.
Su abuelo también estaba feliz. Creo que su nieto es parte de su felicidad. Esa felicidad efímera que agarra con cada una de sus sonrisas y a veces pareciera desaparecer o esfumarse.
Sólo tenía una foto y decía que era su favorita. Estaban recordando y ella se preguntó por qué no conservar esa inocencia y esa frescura que nos permite hacerlo de esa forma. Que nos haga capaces de recordar reviviendo, haciendo que todo vuelva una y otra vez como si la vida fuera una película que podemos rebobinar en las mejores partes de nuestra vida. Como si fuéramos capaces de hacer que nada si hubiera ido y que los recuerdos queden intactos.
Nosotros y ellos.
Esos de la infancia. La primera bicicleta. El primer triciclo. La primera vez que fuimos a la calesita. La inocencia de Papa Noel y los Reyes Magos. La primera salita de jardín. Las primeras escondidas. El piedra libre en el colegio, esos albúmenes de figuritas que coleccionábamos hasta el cansancio. Las risas de los recreos. La primera muñeca o el primer juguete… Creo que ellos siempre están y de vez en cuando los rememoramos para darle fuerza a nuestra alma.
Son esos recuerdos que nos vuelven inseguros. Fuertes. Tristes o débiles.
Recuerdos imborrables que no nos dejan y que de vez en cuando también nos aterran.
Momentos irreparables que tratamos de sortear, que superamos o que al menos hacemos el esfuerzo por sobrellevarlos.
Momentos que nos arrancan una sonrisa.
Recuerdos que aparecen en fotos viejas de un cajón o en eso que conservamos con nosotros pese a que el tiempo pase.
Recuerdos materializados en imágenes que nos traen a los que ya no están. A los ausentes. A los que nunca estuvieron. A los que esperamos o a los que quisiéramos tener cerca.
Recuerdos. Mágica palabra que despierta risas o lágrimas que escondemos en nuestros lugares más íntimos.
…Ahí estaba él, recordando con su abuelo. Y así lo hacemos nosotros cuando nos animamos a encontrarnos con nosotros mismos. Cuando traemos a nuestro presente momentos, personas, lugares, rincones, pedacitos de nosotros mismos que queremos conservar intactos pese a los años o a las distancias. Momentos que se anidan y que nunca desaparecen. Momentos que a veces se hacen presentes sin que nos demos cuenta….
… ¿No entendés?, le dijo con sus apenas tres años y ella lo entendió más que nunca.
Su abuelo también estaba feliz. Creo que su nieto es parte de su felicidad. Esa felicidad efímera que agarra con cada una de sus sonrisas y a veces pareciera desaparecer o esfumarse.
Sólo tenía una foto y decía que era su favorita. Estaban recordando y ella se preguntó por qué no conservar esa inocencia y esa frescura que nos permite hacerlo de esa forma. Que nos haga capaces de recordar reviviendo, haciendo que todo vuelva una y otra vez como si la vida fuera una película que podemos rebobinar en las mejores partes de nuestra vida. Como si fuéramos capaces de hacer que nada si hubiera ido y que los recuerdos queden intactos.
Nosotros y ellos.
Esos de la infancia. La primera bicicleta. El primer triciclo. La primera vez que fuimos a la calesita. La inocencia de Papa Noel y los Reyes Magos. La primera salita de jardín. Las primeras escondidas. El piedra libre en el colegio, esos albúmenes de figuritas que coleccionábamos hasta el cansancio. Las risas de los recreos. La primera muñeca o el primer juguete… Creo que ellos siempre están y de vez en cuando los rememoramos para darle fuerza a nuestra alma.
Son esos recuerdos que nos vuelven inseguros. Fuertes. Tristes o débiles.
Recuerdos imborrables que no nos dejan y que de vez en cuando también nos aterran.
Momentos irreparables que tratamos de sortear, que superamos o que al menos hacemos el esfuerzo por sobrellevarlos.
Momentos que nos arrancan una sonrisa.
Recuerdos que aparecen en fotos viejas de un cajón o en eso que conservamos con nosotros pese a que el tiempo pase.
Recuerdos materializados en imágenes que nos traen a los que ya no están. A los ausentes. A los que nunca estuvieron. A los que esperamos o a los que quisiéramos tener cerca.
Recuerdos. Mágica palabra que despierta risas o lágrimas que escondemos en nuestros lugares más íntimos.
…Ahí estaba él, recordando con su abuelo. Y así lo hacemos nosotros cuando nos animamos a encontrarnos con nosotros mismos. Cuando traemos a nuestro presente momentos, personas, lugares, rincones, pedacitos de nosotros mismos que queremos conservar intactos pese a los años o a las distancias. Momentos que se anidan y que nunca desaparecen. Momentos que a veces se hacen presentes sin que nos demos cuenta….
… ¿No entendés?, le dijo con sus apenas tres años y ella lo entendió más que nunca.