viernes, 28 de agosto de 2009

Pasará, pasará pero...

¿No será qué está ojeada?, le preguntó su vecina. A mí me parece que sí... Sí, sí, debe de ser eso, le decía convencida mientras ella sólo la miraba y trataba de pensar qué contestarle.
Buscaba cómo definir esa extraña sensación que hace días la persigue.
¿O será que está empachada?, volvió a insistir. Dele, venga que agarramos la cinta y nos fijamos. Va a ver que con eso se le cura todo.
Su vecina no sabía que lo que ella tenía era otra cosa.
Era extrañamiento continuo.
Estaba empachada de extraños y no sabía cómo llenarlos.
No sabía qué hacer con su incertidumbre y con ese nudo de dudas que no puede digerir.
Hace semanas, intenta explicar la imprevisibilidad de la vida y nada. No hay caso.
Lo peor es que no está triste. Eso le pasa. No está triste pero tampoco feliz.
Y para colmo ese estado ya se le hizo costumbre.
Tampoco quiere aprender más nada.
Se cansó de la experimentación.
Quiere que alguien llegue y se le plante bien firme.
Que le imponga su querer.
Decidido y sin contradicciones.
No sé por qué pero todavía le cuestan sus distancias y sus tiempos.
Extraña ese arrime urgente y esa imprevisibilidad lógica que llena soledades.
Quiere entender al mundo o al menos a una parte de él.
Creo que está empeñada en atravesar el alma de la gente al punto de pensar que ese debe ser su error.
Usted no entiende doña Rosa, lo que tiene que sanar no se va con el ojeado, le dijo mientras cruzaban la avenida Juan B. Justo.
Parece que no hay cinta ni rito que se lo saque.
Este empache no se cura. Únicamente le queda esperar a que se vaya solo porque de eso si está convencida. Esto pasará. Está segura que pasará. Al menos todavía en eso cree...

lunes, 24 de agosto de 2009

Se le nubló el alma


Así está ella... como los días grises en el que no hay sol pero tampoco llueve.

jueves, 13 de agosto de 2009

Mucho, poquito, (...)???


Día por medio, su marido le riega las margaritas del balcón,
esas que deshoja en su ausencia cuando las dudas la invaden.
Ella no es una mujer segura, creo que en el fondo está llena de miedos y sabe que está viviendo en una burbuja que en cualquier momento se rompe y deja de ser lo que es.
Todos los días lo lleva a pasear,
no sé si muy lejos pero la cosa es que su marido la acompaña siempre.
A todos lados eh, nada de dejarlo solo.
Está chocha con su marido. No sé si feliz, creo que la felicidad es otra cosa.
Lo muestra a sus vecinas, a sus amigas y hasta al verdulero de la esquina que el otro día me contó que lo mandó a comprar medio kilo de zapallitos y un poco de rúcula.
Sí, porque le señora le cocina todos los días. Me parece que le entró por el estómago o no, quién sabe.
Hace unos días se mudó con ella. Fue todo muy rápido, nada de papeles ni de pensar tanto las cosas. Parece que el hombre es instintivo y se deja llevar por el impulso.
Ayer, sin que se de cuenta le robé dos margaritas...
¿Me quiere mucho, poquito o nada?…. A mí me salió que me quiere. No su marido sino el mío.
Yo a su marido no lo conozco mucho. Tampoco sé si quiero conocerlo más.
En fin, ella está obsesionada con sus margaritas y ni que hablar con su marido.
El otro día Antonia la espiaba por la ventana.
Me dijo que le hablaba a las margaritas mientras las deshojaba,
y lo peor es que ellas no dejaban de decirle que su marido la quiere poco….
Pero bueno, tal vez son sus margaritas,
y eso que sólo les preguntaba cuánto la quería y no se animaba a preguntarles si detrás de todo eso había o no querer.

lunes, 10 de agosto de 2009

Ese juego llamado...

Juegue... le toca. Es su turno.
Va a ganar, se lo anticipo.
Lo presiento desde el primer día que moví una pieza y usted quiso jugar conmigo.
Lo sé desde la noche en que me miró a los ojos y aceptó el reto con su mirada enigmática y picaresca.
A veces me pregunto qué leyes y estrategias utiliza.
Me intriga saber qué esconde detrás de esa sonrisa.
No sé si debiera confesarle esto pero la verdad que me gusta jugar con usted.
Lo mío no son las estadísticas ni la lógica así que por eso quédese tranquilo.
Desde hace tiempo que le escapo a la razón.
A mí me puede el sentimiento. El instinto que brota de manera inesperada en cada partida.
Pero dele, probemos, total... ¿qué perdemos?
En el amor, los dos ya estamos perdidos.
¿O será que sólo yo?
Ya moví... le toca.
Sabe una cosa... en este último tiempo me convencí de que tenerlo cerca
es menos importante que
desearlo,
pensarlo,
soñarlo,
extrañarlo.
Juegue.
Le toca. Es su turno.
Encima esta vez es mano....
Ganará, se lo anticipo... pero juguemos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Casita de naipes


A veces ponemos todo nuestro esfuerzo en construir algo y cuando lo vemos ahí, consumado, estático, sólido, se nos revela nuestra propia caducidad o se nos desmorona sin razón. O puede pasarnos que seamos nosotros mismos los que tenemos esa necesidad de destruir y volver a empezar como si de esa manera fuésemos capaces de desafiar un poquito al destino.
Lo cierto es que vivimos construyendo y destruyendo.
A menudo lo que construimos no está sólido pero está. Sabemos que existe pero desconocemos hasta cuándo. Llenos de incertidumbre e incapaces de matar la duda lo contemplamos sin poder vivir eso que fuimos capaces de hacer o generar.
Y sí. Puede que lo que construimos sea como una casita de naipes. Frágil, efímera, etérea, pequeña e intangible. Puede que andemos a tientas preguntándonos hasta dónde llegará y con el temor a cuestas de que se caiga o de que alguien la haga caer.
¿Será que siempre hay que construir sobre cimientos firmes? ¿Y si la firmeza llega con el tiempo?.
Quizás, un buen paso sea animarse a construir aún sabiendo que podemos empezar y caer.
A veces son esas casitas de naipes las que nos enseñan a ser fuertes y cuidadosos,
las que nos enseñan a ver el riesgo de cerca y a tratar de evitar sus consecuencias.
Son casitas de naipes que nos invitan a cerrar alguna puerta que hasta ese momento no nos animamos a cerrar.
...¿Cuánto durará?, ¿hasta donde llegará esta casita naipes? ¿Será que se desplomará pronto? y si esta vez no se desploma.... y si esta vez tampoco queremos ni quieren destruirla.